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¿Respuestas simples a preguntas complejas?

No se puede intentar comprender un objeto complejo con herramientas simples porque los resultados serán siempre incompletos e insatisfactorios. Hay que repensar la pedagogía social con nuevos planteamientos que posibiliten una mirada diferente. Quizás cambiando de perspectiva sea posible descubrir que las polarizaciones, inconsistencias y contradicciones apuntadas no son otra cosa que el resultado de la inadecuación de las herramientas con las que la han interpretado.

Pretender estudiar la pedagogía social en la actualidad supone enfrentarse a un cúmulo diverso y heterogéneo de preguntas que no sólo pueden no tener respuesta, o al menos no una respuesta fácil, sino que no hacen sino abrir la puerta a nuevos interrogantes. ¿A qué obedece, por ejemplo, el interés manifiesto que, a lo largo de estos últimos años, está despertando la pedagogía social en todo un conjunto de países que nunca se habían ocupado de ella? Los países latinoamericanos, y sobre todo Inglaterra, en el marco europeo, están entrando con fuerza en el estudio, análisis y aplicación de estas ideas y prácticas que vieron la luz en Alemania hace algo más de un siglo y medio. ¿A qué se debe este interés por la pedagogía social? ¿Qué es lo que han visto en la pedagogía social para pensar que puede ser útil en el abordaje o la resolución de las situaciones y problemáticas que viven en sus respectivos países?
En el caso de Inglaterra la respuesta a estas cuestiones se podría sintetizar señalando que los planteamientos prácticos, inclusivos y holísticos – asistencia y educación combinadas – de la pedagogía social pueden ayudar a mejorar la asistencia residencial a niños y jóvenes. En lo que respecta a los países latinoamericanos el interés por la pedagogía social se está produciendo con una fascinación parecida a la generada en la España de los 50-60 del pasado siglo respecto de las ideas y metodologías de intervención sociocultural y educativa que llegaban de Alemania, Francia o Inglaterra. Las problemáticas sociales y culturales – derivadas de lo posguerra y la dictadura – y una falta de profesionales, conocimientos y metodologías de trabajo para tratar con ellas, generaron en España un estado de ánimo apto para la importación de conceptos y metodologías de unos países que en aquella época se percibían como más avanzados. Es muy probable que en Latinoamérica se esté produciendo una situación similar. La literatura científica en inglés de la última década está plena de preguntas y dudas acerca de la importación de la pedagogía social en el contexto anglosajón.
Preguntas y dudas que parecen razonables si se tiene en cuenta que la historia de la pedagogía social, tanto en Alemania como en otros países que más o menos tempranamente la importaron, ha seguido una trayectoria plena de irregularidades. No sólo aparece, desaparece y reaparece – como ha sucedido en Alemania – sino que: asume diferentes formas según los países en los que se desarrolla; se confunde, identifica o diferencia de otras disciplinas y profesiones de lo social, también de manera diversa según los países; y, por último, parece no acabar de estar del todo claro qué es, en qué consiste, qué pretende conseguir y cuál es su función social. De especial interés me parece la pregunta sobre la exportabilidad de la pedagogía social. Y creo que el hecho de que ya haya sido exportada a otros países, como por ejemplo España o los países nórdicos, no proporciona una respuesta suficiente. En realidad aquella pregunta pone sobre la mesa la cuestión nuclear, a un tiempo teórica y práctica, del peso específico que tiene el contexto sociocultural y político en el desarrollo de las personas. Más en profundidad, nos obliga asimismo a interrogarnos sobre la cuestión de la universalidade o no de los propios procesos de crecimiento, desarrollo y maduración personal. En otros términos, ¿pueden ejercer cada uno de los contextos socioculturales humanos una influencia tan fuerte y específica que borre, desdibuje o diferencie la humanidad común que todos los seres humanos compartimos? Eso es lo que vendría a afirmar una pedagogía social que fuese totalmente diferente en función del país o de la cultura concreta en la que se desarrollara y que, en consecuencia, no fuera exportable.
A pesar de la fascinación despertada, existen muchos desacuerdos y polarizaciones entre los autores sobre lo que pueda ser la pedagogía social. ¿Es una ciencia, una práctica, o es las dos a la vez? ¿Es posible definir un núcleo organizador transdisciplinar y transcultural de la pedagogía social o hay que definir tantas pedagogías sociales como contextos culturales y disciplinares? Se escriben tantas cosas y tan diferentes en relación a todas estas cuestiones que se podría pensar que la pedagogía social no tiene apunta a que es un concepto, una disciplina y una práctica híbrida en la que confluyen muchos y muy diversos aspectos y dimensiones.
Creo que hay que repensar la pedagogía social con nuevos planteamientos que posibiliten una mirada diferente. Quizás cambiando de perspectiva sea posible descubrir que las polarizaciones, inconsistências y contradicciones que los autores han apuntado respecto a la pedagogía social no son otra cosa que el resultado de la inadecuación de las herramientas con las que la han interpretado. Aquellos supuestos déficits nos llevan a decir que la pedagogía social no es todavía una ciencia madura porque no está sustentada por una teoría específica ni sentido como disciplina o como campo de acción socioeducativo ya que carece de un núcleo – sea teórico, metodológico o práctico – clara y unívocamente identificable.
Los propios protagonistas de estas cuestiones, los académicos y los prácticos, tenemos al respecto discursos diferenciados y a menudo contrapuestos.
¿Qué tiene de singular, de especial o de diferente la pedagogía social para que no consigamos ponernos de acuerdo ni entre los que nos ocupamos de ella? Parece ser que lo que caracteriza hoy a la pedagogía social son más las preguntas que las respuestas. Se podría afirmar también que está más estructurada por las acciones desarrolladas a lo largo de las últimas décadas – me refiero a metodologías de intervención relacionadas con ella: animación sociocultural, educación especializada, pedagogía del ocio, trabajo social, etc. – que por las teorizaciones que las explican, las fundamentan o les otorgan sentido. Desde mi punto de vista son demasiadas dudas, inconsistencias y problemáticas para caber juntas en un concepto, una disciplina o una práctica como la pedagogía social. Intuyo que nos enfrentamos a algo muy complejo con perspectivas y herramientas demasiado simples. No se puede intentar limitar aquello que por su propia naturaleza no tiene limites ni tampoco pretender conseguir instantáneas de aquello que, también por naturaleza, es dinámico y móvil. Creo que hemos de plantear nuevas estrategias para comprender qué es y cómo funciona la pedagogía social. La historia tiene tampoco un método propio. Creo que no se puede intentar comprender un objeto complejo con herramientas simples porque los resultados serán siempre incompletos e insatisfactorios.
Si, por el contrario, se piensa la pedagogía social como un objeto híbrido, interdisciplinario, interprofesional, complejo, abierto, dinámico, cambiante, vivo y extraordinariamente versátil, lo que antes eran déficits pueden convertirse en fortalezas y posibilidades. Así es como somos las personas y las comunidades; así es como tiene que ser, desde mi punto de vista, una pedagogía que pretenda ser social. Vista de esta manera es fácil comprender porque resulta una perspectiva tan atractiva para abordar las problemáticas personales y comunitarias actuales. La complejidad de la pedagogía social cuadra bien con la complejidad inherente a lo social.

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Xavier Úcar


  
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Edição:

Edição N.º 193, série II
Verão 2011

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