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Actos de significado
Jerome Bruner, uno de los más reconocidos e influyentes psicólogos del siglo XX; y, sin duda, uno de los principales protagonistas de la llamada "revolución cognitiva", tituló de este modo ("Acts of Meaning") una de sus obras más emblemáticas ?y, posiblemente, más críticas ? acerca de la evolución histórica a la que dicha revolución dio lugar en los distintos escenarios académicos e intelectuales en los que se fueron concretando sus realizaciones. En su opinión, cada vez más cautivas del fraccionamiento científico-disciplinar, el corporativismo profesional, la tecnologización instrumental y el objetivismo metodológico.
Bruner no sólo acusaba a buena parte de los cultivadores de la actual psicología cognitiva de haberse enredado en problemas técnicos marginales a los impulsos que animaron las teorías y prácticas del quehacer psicológico que él ayudó a crear. También, y de un modo explícito, reaccionaba contra el estrechamiento y el encerramiento que sobre sí misma estaba experimentando la psicología en muy diferentes contextos institucionales y sociales, victima de sus propias confusiones, dislocaciones y simplificaciones. De ahí, explicaba, el título de su libro y el énfasis en el tema principal que lo motivaba: la naturaleza de la construcción del significado, su conformación cultural, y el papel esencial que desempeña en la acción humana en todos y cada uno de sus encuentros con el mundo. O, si se prefiere, del cometido que le corresponde en la visión que las personas tienen de sí mismas, de los demás y del mundo en el que viven.
No pretendemos hablar de psicología sino de pedagogía; ni, mucho menos, tomar postura acerca de las razones que alentaron a Bruner a mostrar cómo debe ser una psicología que se ocupa esencialmente del significado y de cómo se debe reconvertir inevitablemente en una psicología cultural; esto es, un campo de saberes y prácticas en el que la cultura es un elemento constitutivo de la mente, en virtud del cual el significado adopta formas públicas y comunitarias, sociales e históricas, en lugar de privadas, atemporales y autistas.
Es en este sentido en el que las imputaciones que hace Bruner al desarrollo de la psicología pueden proyectarse en la pedagogía y en las concepciones ?esencialmente convencionales, escolásticas, restrictivas y formales ? que ésta ha ido edificando en nombre de la educación; en contraste con las realidades y los desafíos que emergen en una sociedad tan compleja como la que habitamos. Y que, a menudo, han obviado que uno de los problemas teóricos más sustantivos para el quehacer educativo nos remite a los sujetos de la educación, no sólo como niños o alumnos, sino y fundamentalmente como personas y ciudadanos.
Es en esta perspectiva, en la que estamos obligados a definir nuevos ángulos desde los que pensar la educación y la sociedad; y el papel de aquella en ésta, abordando la formación y el desarrollo de las personas más allá de los lindes curriculares, las paredes del aula o los muros de las escuelas. Esto es, como una práctica social y cultural de amplias miras, y que la Pedagogía Social reivindica con un doble afán: de un lado, incrementar las posibilidades socializadoras de la educación en cualquier tiempo y lugar; de otro, estimular el papel educador de la sociedad en toda su diversidad. O lo que viene a ser lo mismo, posibilitando que los sujetos adquieran destrezas y competencias para la vida cotidiana, con todos los significados que el saber y el hacer requiere para dar respuesta a las cambiantes necesidades que se generan en una sociedad cada vez más incierta e inquietante.
Circunstancias que han incitan a situar de nuevo en el centro de las políticas educativas y sociales la iniciativa de los sujetos como constructores críticos del aprendizaje (de todos los aprendizajes potenciales y necesarios para una existencia plena), y no sólo como meros receptores de él y de una parte de él, en sus diferentes formas de expresión y de relación con la realidad. Porque como ha expresado Hugo Zemelman, en su "Voluntad de conocer", la ignorancia, el miedo, la apatía y la incredulidad? son barreras simbólicas y materiales que anulan al sujeto en su capacidad de lucidez, en su deseo de mirar y de relacionarse con otros, en sus oportunidades para tener un presente y para construir mejores futuros.
Es aquí donde entendemos que la Pedagogía Social y las educaciones alternativas que propicia (en la acción y la animación sociocultural, en los tiempos libres, en la inserción laboral, en el desarrollo comunitario, etc.) nos interroga decididamente sobre los significados que deben tener nuestros actos educativos, justo cuando ? volvemos a Bruner ? precisamos cada vez más de la perspicacia y de la inteligencia que nos puede aportar la interpretación de lo que somos y hacemos, de lo que pensamos de nosotros mismos y de nuestros congéneres, de las realidades que tenemos y de las utopías que soñamos. Del mundo que todavía es posible. Puede que el verdadero sentido de la Pedagogía Social consista en esto: recuperar los significados perdidos de una educación que ha se ha olvidado de dialogar crítica y abiertamente con la sociedad en la que inscribe sus prácticas, con una decidida vocación transformadora.

  
Ficha do Artigo
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Edição:

N.º 168
Ano 16, Junho 2007

Autoria:

José Antonio Caride Gómez
Professor Catedrático de Pedagogía Social, Univ. de Santiago de Compostela
José Antonio Caride Gómez
Professor Catedrático de Pedagogía Social, Univ. de Santiago de Compostela

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